¿Y por dónde empiezas?
¿Cómo le dices a tus padres que con tan sólo dieciséis años llevas meses viviendo con miedo?... Miedo de salir, miedo a exponer en el colegio, miedo a una calificación baja y ser un "fracaso" el resto de tu vida.
Pero, ¿cómo les explicas que lo que ellos ven como a alguien testarudo para el aprendizaje, tú sólo ves en el espejo todas las mañanas a una persona que no sabe cómo hará para sobrevivir el nuevo día que le regala el sol?.
¿Cómo les dices que tienes cuatro mentes dentro de tí y que cada una te escupe a la cara tus fallos, tus defectos o tus peores temores?.
Es como tener esa voz todo el día encima de la nuca que te dice que fallarás y nada te saldrá bien.
Mientras tus compañeros de salón se empapan con los nuevos conocimientos en las distintas materias, tú, eres el del fondo, el de el pupitre del rincón; en cualquier caso, ese que por más que quiere enfocarse en el tema de álgebra, sólo está divagando entre océanos de dudas, miedos, vergüenzas e incluso síntomas como cefaleas, vértigos, náuseas, palpitaciones, una presión en el pecho que se siente como si el peso del mundo está sobre tí; sin embargo, es un mundo que ya no habitas, pues estás ahí por inercia…
Otro día piensas: ¡Es la presión arterial!, te mandan al área de receso para tomar aire y tienes miedo de todo, le das mil vueltas a la cabeza pensando en qué dirás ahora al entrar al salón para no parecer un raro.
Luego tienes que dar explicaciones en casa de por qué tienes otro reporte en el colegio, reporte que te acusa de no poner atención y deambular en el salón para ver si puedes disfrazar tu sentir y pasar desapercibido.
Te conviertes en el ejemplo de fracaso ante todo el salón, pero ¿qué puedes argumentar si hasta tú mismo así lo sientes?.
Todo cotidiano hasta ese día…
… Ese día que llega, te levantas de la cama y por más que afuera se ilumine por el sol, por dentro está nublado. Tal vez te suene estúpido, pero para tí, es algo más que una metáfora, es una realidad.
Y te dicen: ¿y vos qué? ¿Con problemas de amor? Sólo respondes con una falsa y estúpida sonrisa: "¡Sí!", pues eres el "chistoso" del salón y no puedes mostrar lo contrario.
Los días pasan y piensas que sólo son tonterías de la edad y te dices al espejo: ¡Ya pasará!; no obstante, culmina el ciclo escolar y tú sigues igual.
Te sientes vacío… Te ves al espejo y sólo ves desastre, te sientes insuficiente, insignificante… Y ahora, si por fuera ríes, por dentro lloras. Es como si nada ni nadie te pudiera lanzar ese lazo para salir de ese pozo donde te encuentras, pues ni siquiera recuerdas cómo llegaste ahí…
Tratas de buscar un método de escape para ver si logras evadir todo eso que rodea tu mente, y en efecto, yo tomé la decisión.
Y es que siguen pensando y te dicen: "Alguien como vos ¡¿qué problemas puede tener!?, si lo único que se te pide es que estudies y saques buenas notas…", ¡pero claro!, ¿cómo quejarte de lo que te dicen si son ellos quienes te alientan, te visten, te dan un techo y no te piden más nada…
En fin…
Mi vida ya se había convertido en un diario, como si de una película de Disney se tratase. Con un bolígrafo y papel escribía mi sentir, mi pensar y mis quejas. No me interesaba tener buena ortografía, es más, nunca la tuve… ¡Qué esperabas! si nunca presté atención en clase…
De igual manera escribía para desahogarme. Pasó mucho tiempo y aún lo seguía haciendo pues, lo que empezó sirviendo para desocupar la mente, ahora llenaba el vacío que había en mi.
Y llega el día en que buscando qué hacer con eso, te topas con la música y empiezas a derramar tu vida en un folio, con base a un ritmo. Es allí cuando te das cuenta que por fin funcionas en algo, hasta que tocas fondo y pasa…
De pronto te rompes en mil partes de tal manera que ya no te es fácil ponerte esa careta que llaman sonrisa, dejas que lo noten pues, te sientes en un callejón sin salida. Te cuestionan buscando el motivo de cada síntoma y actitud que has mostrado, cada comentario siempre acompañado de prejuicios y críticas.
Sin darme cuenta me encontré en una clínica psicológica que, en todo este tiempo, me negaba a dirigirme. Te analizan y te refieren a un hospital…
Y te niegas, pues ¡tú no estás loco! te dices al espejo, pero ya no puedes más con la carga que llevas y tampoco con esa voz que te dice que tal vez no tendrías que existir. Sin darte cuenta te doblega y te encuentras en un hospital psiquiátrico exponiendo tu vida a un galeno, que puede que sea ese el lazo que te ayude a salir de aquel pozo.
Dentro de mi proceso en el Federico Mora, Hospital de Salud Mental en Guatemala, sentía que me seguía faltando un plus. Mi psiquiatra me recomendó iniciar un proceso psicoterapéutico, que al unir fuerzas con los medicamentos, serían una fuerte combinación para encontrar salida a lo que me acontecía. Y en efecto así fue…
Contacté a Jolu de Guatemala. He de admitir que al comienzo no estaba del todo convencido, pero pensé: ¡Ya que!, ¿qué más puedo perder?. Empecé con la psicoterapia, la cual, siendo sincero, me parecía una tontería. ¡No tenía idea de cuan equivocado estaba!. Las citas, en mi creencia, me ayudarían a contrarrestar los síntomas y padecimientos. Con el tiempo te vas dando cuenta que, la psicoterapia te ayuda a poner ese pequeño foco en otro punto de vista con respecto a los acontecimientos en cuestión.
Fui comprendiendo que yo no era mi depresión, no era mi ansiedad y que había algo más allá de ellas. Habían muchas cosas reprimidas que no ayudaban en el proceso de superación de mi enfermedad. Temas que yo pensaba que no tenían algo en común. Fui comprendiendo también que estar mal es normal, que no siempre tenemos que poder con todo.
Ese fue uno de los puntos que me ayudó y aún lo hace en los momentos de bajón, porque los sigo teniendo. Entender que está bien no estar bien. Es decir, la psicoterapia mitiga un poco la culpa que sientes al no sentirte bien.